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Las letras también tienen voz de mujer

Marina Vázquez.

En los primeros años a nivel mundial, el mundo literario, como casi todos dentro de la sociedad, estaban controlados por los hombres, por lo que las mujeres solamente podían aspirar a roles secundarios o aquellos que estaban socialmente aceptados en el contexto de cada época.

Es de conocimiento general que, en épocas pasadas, las mujeres eran representadas como damiselas en apuros, objetos de deseo o como fuerzas destructivas y manipuladoras, por lo que su papel dentro de la sociedad era limitado o determinado por terceros, en su gran mayoría hombres.

Sin embargo, a medida que la sociedad comenzó a cuestionar estas representaciones, emergieron narrativas que desafiaron estos estereotipos y exploraron la complejidad de la experiencia femenina, y fue en el siglo XIX cuando se comenzó a dar oportunidades a las mujeres para que pudieran tomar una pluma y plasmar en hojas sus ideas, pensamientos, sus deseos más ocultos.

Así, la fuerza y la voz femenina en la literatura no solo ha dado vida a personajes complejos, sino que también han servido como vehículos para abordar temas relevantes y críticos, como el feminismo, la identidad, la opresión y la lucha por la igualdad; esto, permitió a la autoras explorar sus propias experiencias y observaciones, sus creaciones literarias que resonaban con audiencias de todas las edades y géneros, generando empatía y comprensión hacia las luchas y triunfos de las mujeres.

Sin embargo, las primeras mujeres que se aventuraron a escribir, debían conformarse con que sus obras se publicaran con nombres de varones inexistentes, quitándoles el crédito de su trabajo y, en otras ocasiones, eran la prueba de un sometimiento constante que las mantenía ocultas y encerradas.

El camino para las escritoras del siglo XIX tenía pocas salidas, o decidían cambiar su identidad o llevar una vida de encierro, por lo que nombres masculinos ficticios dieron paso al feminismo dentro de la literatura, catalogándolas como escritores varones, cuando la verdadera tinta provenía de una mujer.

Ejemplos de ello hay muchos, como es el caso de las hermanas Brontë, quienes utilizaron nombres como Currer Bell y Ellis Bell para poder publicar sus obras, aunque hoy en día, el nombre de Emily Brontë está estrechamente ligado a “Cumbres Borrascosas”; y cuando se habla de su hermana Charlotte, es difícil no acordarse de Jane Eyre.

Louisa May Alcott, la creadora del libro “Mujercitas”, pudo utilizar su nombre para publicar sus obras ya en el siglo XIX, pero antes que eso sucediera, usaba el pseudónimo A.M Bernard, como ocurrió con “Tras la máscara o el poder de una mujer”, donde aborda, la historia de una mujer que debe ocultarse bajo una máscara para conseguir sus objetivos.

En el caso de México, las mujeres también sufrieron obstáculos en sus primeros pininos literarios, e incluso hoy en día, son pocas las mexicanas que son reconocidas por su aportación a la literatura, sin importar género. Es por ello que es cada vez más notable un esfuerzo colectivo, liderado por académicas y escritoras, que buscan darle voz a un sector marginado por mucho tiempo.

En el año 2015, inició el Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas, una comunidad de autoras en Facebook, que tuvo primer resultado concreto el libro “Romper con la palabra”, donde se plasmó un estudio crítico sobre cómo el tema de la violencia atraviesa la narrativa de las escritoras mexicanas.

Amparo Dávila, Rosario Castellanos, Elena Garro, Verónica Gerber y Valeria Luiselli, son algunos de los nombres más destacados entre las escritoras mexicanas, donde sus obras las han hecho inmortales. Sin embargo, en el país existen cientos de voces que aún viven en el silencio.

Es por ello que, en el 2020, la poeta Esther M. García se avenutó a crear el “Mapa de Escritoras Mexicanas”, que consiste en la distribución geográfica de autoras mexicanas que han publicado al menos un libro; tal fue el éxito de este proyecto, que en poco más de un mes desde su creación, Esther registró a 405 escritoras en el mapa y éste fue consultado más de 30 mil veces. La mujer, pues, ha sabido enfrentar adversidades y quitarse las barreras que la misma sociedad le ha impuesto como parte de lo que se consideraba correcto; y en el mundo literario esta premisa no ha sido la excepción. Cada vez son más mujeres las que se animan a plasmar sus historias en papel, olvidándose de prejuicios y de los “no” que les inculcaron para permanecer en su cabeza. Hoy, las escritoras tienen voz propia, sus nombres pueden aparecer en letras doradas en las portadas de los libros, pueden ser ejemplo para las futuras generaciones.

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