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La gran necedad de nuestro tiempo: El anticomunismo.

Decidí iniciar estas líneas evocando la lucidez de Thomas Mann. El escritor alemán, humanista y férreo antinazi, no dudó en calificar el anticomunismo como «la mayor necedad de nuestra época». No se refería a una simple discrepancia teórica, sino a la instrumentalización de una postura política por parte de la burguesía europea y los monopolios para frenar cualquier avance social.

Hoy, esa frase resuena con una vigencia inquietante. Lejos de ser una reliquia de la Guerra Fría, el anticomunismo ha sido reciclado como la herramienta predilecta de los monopolios transnacionales y de la política exterior estadounidense. Su objetivo sigue siendo el mismo: sabotear las luchas de liberación nacional en Nuestra América, sembrar la división entre las fuerzas democráticas y aislar a naciones que, como Cuba, han decidido ejercer su soberanía —un proceso históricamente torpedeado por el imperio norteamericano—.

En la arena doméstica, la narrativa no es distinta. La oligarquía nacional, amplificada por sus voceros oficiosos y la derecha local, ha convertido el anticomunismo en su contenido sustancial. No proponen, simplemente atacan. Utilizan esta etiqueta para lanzar calumnias contra procesos de cambio en Nicaragua, Venezuela, Brasil y México, entre otros países. Se dedican a tergiversar cualquier política pública que no beneficie sus intereses, acosando y denostando toda medida progresista que signifique un mínimo bienestar para el pueblo trabajador.

Bajo este paraguas ideológico se agrupa un bloque reaccionario bien definido: oligarcas, terratenientes, sectores fascistas, una dirigencia eclesiástica corrupta convertida en clero político y aquellos que, sin pudor, claman por la intervención extranjera.Por ello, combatir esta «gran necedad» no es un ejercicio retórico, sino una condición necesaria para la supervivencia y profundización de la Cuarta Transformación. El anticomunismo, en su esencia práctica, significa represión y persecución contra quienes buscamos el avance del país; es la oposición a la humanidad progresista y a la clase trabajadora.
Desactivar esa narrativa es vital para seguir transformando la vida nacional.

¡Pa’ lante siempre!

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