Desastres Naturales: Un Reflejo de Nuestro Modelo de Producción
México ha sido sacudido recientemente por desastres naturales devastadores, producto de intensas lluvias y tormentas tropicales que han dejado un saldo trágico de aproximadamente 37 muertos y graves afectaciones en estados como Veracruz, Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Oaxaca. Las cifras son elocuentes: 982 kilómetros de carreteras federales afectadas, comunidades aisladas, viviendas dañadas y cortes de energía eléctrica que han sumido a poblaciones enteras en la vulnerabilidad. La irritación y el dolor de quienes han perdido patrimonio, seres queridos o enfrentan escasez de recursos básicos son comprensibles; la reacción ante la pérdida es visceral, inmediata y nos enfoca en lo cercano, en lo urgente.
La Tierra es un organismo vivo
Pero ¿acaso nos detenemos a reflexionar sobre el porqué de estos fenómenos? ¿Por qué se desbordan los ríos? ¿Por qué ocurren inundaciones en algunas regiones mientras otras, especialmente en el norte, sufren graves sequías? ¿Qué explica el incremento del nivel de los mares y el deshielo de glaciares? Quizás la respuesta subyace en entender que la Tierra es un organismo vivo, en constante movimiento y cambio, donde el desequilibrio en una parte repercute en el todo.
Desastres y modo de producción
Estos desastres no son meros caprichos de la naturaleza; están intrínsecamente ligados al modo en que producimos mercancías en el mundo. Un sistema centrado en la propiedad concentrada, monopolista, que prioriza la ganancia privada por encima de cualquier consecuencia para la humanidad. La quema de combustibles fósiles para maximizar beneficios en la industria y el transporte, la generación de metano por la ganadería a gran escala, responden a una lógica capitalista que obliga a crecer sin reparar en costos ambientales. El resultado es un incremento en la temperatura global, mayor evaporación del agua y, en consecuencia, lluvias más intensas y frecuentes.
Replantear prioridades
El calentamiento global es un fenómeno complejo, pero basta este ejemplo para ilustrar que debemos mirar más allá del dolor inmediato y reflexionar sobre las causas profundas de estos desastres. Es imperativo replantear nuestras prioridades: ¿no es hora de destinar recursos a la investigación de energías limpias? ¿No deberíamos aprovechar el metano de la ganadería para usos domésticos, poniendo el conocimiento al servicio de la humanidad? No se trata de culpar; se trata de asumir una actitud responsable frente a un planeta que nos advierte con cada inundación, cada sequía, cada extremo climático, que el equilibrio está en juego.
Gestionar la catástrofe y cambiar el modelo
La respuesta no está en la mera gestión de la catástrofe, sino en transformar el modelo que la propicia. Poner la ciencia y la tecnología al servicio de un desarrollo sostenible, equitativo es, quizá, la única vía para mitigar el dolor y las pérdidas que hoy nos abruman. Porque, al final, el futuro no es solo una cuestión de supervivencia; es una elección de cómo queremos vivir.