Plurinominales: ¿Contrapeso democrático o trampa de las cúpulas?
En el debate político actual, la figura de los legisladores de representación proporcional —comúnmente llamados plurinominales— suele defenderse bajo la bandera de la pluralidad y los contrapesos. Sin embargo, una revisión histórica y crítica de su origen y funcionamiento nos obliga a preguntarnos: ¿Realmente sirven a la democracia o son un refugio para las élites partidistas?
Para entender su naturaleza, debemos remontarnos a finales de la década de los años 70. En aquel entonces, el PRI, en una maniobra de cálculo político, cedió 100 espacios legislativos a las fuerzas no hegemónicas mediante la vía plurinominal. No obstante, al mismo tiempo, amplió de 178 a 300 el número de distritos uninominales (de mayoría relativa) y activó toda su maquinaria para asegurar el triunfo en ellos. La aritmética del poder fue simple y maquiavélica: cedieron 100 espacios para “legitimar” el sistema, pero ganaron 122 mediante la expansión territorial; es decir, no hubo pérdida de control, hubo una reingeniería del dominio porque, si bien es cierto que en su momento permitieron que voces disidentes llegaran al Congreso, su génesis no fue democrática y, su manejo actual tampoco lo es. Hoy, la esencia de la representación proporcional se ha desvirtuado.
La Soberanía Popular, el problema central.
En el modelo actual, son las cúpulas partidistas las que definen las listas. No cuenta la opinión del ciudadano de a pie, ni la de los trabajadores, e incluso, muchas veces, ni la de los propios militantes de base. Un legislador plurinominal no llega a su curul por el voto directo del pueblo, sino por acuerdos cupulares que responden a intereses de clase y de grupo. Al arrebatarle al pueblo el derecho a decidir quiénes lo representarán, se violenta la soberanía misma. Basta ver las siguientes cifras: de los 500 diputados federales 200 —es decir, el 40%— no tienen un compromiso directo con un distrito ni con unos electores específicos. Su lealtad está hipotecada con la dirigencia que los colocó en la lista. Cabe, entonces, la pregunta: ¿Legislarán a favor del pueblo o defenderán los intereses de quienes les dieron el puesto? ¿Realmente los necesitamos?
Los contrapesos: una narrativa romántica.
Y en este debate abierto respecto a la permanencias o no de las representaciones plurinominales, hay quienes claman por los “contrapesos” que, arguyen, es requisito indispensable de la democracia. Pero hay que cuestionar esa premisa: si un gobierno abraza un proyecto genuinamente popular y mayoritario, ¿por qué necesita frenos artificiales? ¿Acaso gobernar obedeciendo el mandato del pueblo no es la definición de democracia? Si tener la hegemonía necesaria para avanzar en las reformas que una transformación nacional requiere es calificado por algunos como dictadura, y piden que haya “contrapesos”, es porque, quizás, temen al verdadero poder popular.
La conclusión
El pueblo mexicano no necesita la representación plurinominal tal como existe hoy. Lo que México necesita es favorecer la representación auténtica de los trabajadores del campo y la ciudad, de los sectores intelectuales y manuales, y de aquellos históricamente marginados. Pero estos representantes deben surgir de las filas del propio pueblo, no de las oficinas de los partidos. Necesitamos ampliar el régimen democrático fortaleciendo la soberanía popular, permitiendo que la ciudadanía conozca, juzgue y proponga a sus candidatos. La democracia no requiere de cuotas de poder para las élites; requiere que el poder regrese a su origen: la ciudadanía, y que lleguen a la representación nacional quienes tengan la lucidez respecto a los caminos que deben implementarse para construir una mejor sociedad, independientemente de la ideología que abracen; pero que su elección se deba al manejo de argumentos que convenzan a las personas. Hacerlo de otra manera es ignorar al pueblo.
Pa’ lante siempre.