Verdad y poder, el efecto de los discursos
En la entrevista titulada “Verdad y poder” (1976), Michel Foucault plantea una ruptura decisiva con las concepciones tradicionales del poder, entendidas como un atributo centralizado del Estado o como una mera facultad de prohibición y represión. Para Foucault, el poder no se reduce a la capacidad de decir “no”, sino que se manifiesta en el tejido social, produciendo saberes, discursos, subjetividades y, en no pocos casos, placer y bienestar. Desde esta perspectiva, la verdad no es externa ni neutral respecto del poder, sino que constituye uno de sus principales efectos y es uno de sus instrumentos más eficaces.
A pesar de haber sido formuladas en la década de 1970, estas ideas conservan una notable vigencia en el contexto global actual y, de manera particular, en el caso mexicano, donde los discursos científicos, jurídicos y políticos continúan operando como mecanismos centrales de legitimación, control y disputa del poder.
Para Foucault, el lenguaje no es un medio transparente de comunicación de una verdad preexistente, sino el espacio donde se producen los regímenes de verdad. El significado no es natural ni universal, es el resultado de prácticas discursivas históricamente situadas, reguladas por instituciones, normas y relaciones de poder. En este sentido, cada sociedad establece sus propios “regímenes de verdad”, es decir, los tipos de discursos que acepta como verdaderos, los mecanismos que los validan y las instancias que los autorizan.
Así, la verdad no se opone al poder como si se tratara de un conocimiento puro frente a una dominación externa, por el contrario, la verdad circula dentro de relaciones de poder y las refuerza. Esta idea resulta clave para comprender cómo el discurso jurídico, científico o técnico adquiere autoridad política al presentarse como neutral, objetivo o inevitable.
Foucault se distancia de una noción clásica de ideología entendida como “falsa conciencia” impuesta desde arriba. El problema central no es que los sujetos ignoren la verdad, sino que la verdad misma es producida dentro de relaciones de poder. De igual forma, el poder no opera primordialmente mediante la represión, sino a través de mecanismos positivos, es decir, produce saber, orden, normalidad y formas de bienestar que lo hacen más aceptable y eficiente.
Esta lógica conduce a lo que Foucault denomina una economía del poder, en la cual los mecanismos disciplinarios y biopolíticos resultan más eficaces que la coerción directa. El poder actúa sobre los cuerpos y las poblaciones no solo prohibiendo, sino incentivando conductas, gestionando riesgos y moldeando subjetividades, lo que explica su capacidad de penetración y permanencia.
Foucault, también cuestiona la idea de la paz como ausencia de conflicto. Para él, la política no es la superación de la guerra, sino su continuación por otros medios. Las relaciones sociales están atravesadas por luchas de fuerzas constantes, incluso en contextos aparentemente pacíficos. La paz, en este sentido, puede funcionar como un dispositivo que encubre relaciones de dominación y conflictos estructurales no resueltos.
Esta concepción permite entender las pugnas entre grupos sociales, élites políticas, económicas e intelectuales, tanto a favor como en contra del Estado y del partido en el poder, como expresiones de una lucha permanente por la definición legítima de la verdad, el orden y el interés general.
Foucault, distingue entre el intelectual general, que pretende hablar en nombre de valores universales, y el intelectual específico, cuya intervención se da en campos concretos del saber cómo la medicina, la economía o el derecho. En las sociedades contemporáneas, es este último quien desempeña un papel central, pues la ciencia y el conocimiento técnico se integran directamente en los mecanismos de gobierno.
La ciencia, lejos de ser políticamente neutral, se convierte en un instrumento privilegiado de control y legitimación del poder. Los discursos expertos delimitan lo decible, lo pensable y lo gobernable, orientando políticas públicas y decisiones estatales bajo la apariencia de racionalidad técnica. El verdadero fin del discurso no es únicamente describir la realidad, sino intervenir sobre ella y sobre los sujetos a los que va dirigido.
En el contexto global actual, la microfísica del poder se manifiesta en la centralidad de los discursos científicos, estadísticos y tecnológicos en la gestión de las poblaciones, así como en la producción de consensos en torno a la seguridad, la salud, la economía o el desarrollo. La verdad se presenta como técnica y objetiva, ocultando las relaciones de poder que la producen.
En México, estas dinámicas resultan particularmente visibles. Los discursos jurídicos y constitucionales, las narrativas sobre la democracia, el combate a la corrupción o la seguridad pública, operan como regímenes de verdad que estructuran el debate político y delimitan lo legítimo. La disputa no se reduce a la legalidad formal, sino a la capacidad de imponer una interpretación dominante de la realidad social.
La atemporalidad del pensamiento de Foucault, permite comprender que el poder del Estado no se sostiene únicamente en las normas jurídicas o en la coerción institucional, sino en la aceptación social de ciertos discursos como verdaderos. Es importante entender que el poder se origina en el pueblo como base de la estructura estatal, y que la lucha política también es una lucha por la producción y circulación de la verdad.
Reconocer que la verdad no está al margen del poder, ni carece de efectos políticos, permite cuestionar los discursos que se presentan como neutrales. En el caso mexicano, tomar conciencia resulta indispensable para entender el ejercicio del poder más allá de lo jurídico y lo científico, y visibilizar las luchas sociales que se ocultan en la aparente estabilidad institucional.