Develando el constitucionalismo; El Estado, una definición integral (1/5)
El concepto de Estado ha sido objeto de reflexión constante por parte de filósofos, juristas y constitucionalistas, pues constituye la forma más acabada de organización política y jurídica de las sociedades modernas. Su definición no puede limitarse a una sola dimensión, ya que el Estado, como construcción histórica, articula aspectos jurídicos, políticos, sociales, culturales y humanos, en los que reside tanto su legitimidad como su eficacia.
En primer lugar, desde la perspectiva jurídica, el Estado se concibe como una persona jurídica de derecho público, dotada de soberanía y organizada en instituciones que delimitan competencias y funciones conforme a un orden normativo superior, la Constitución. En palabras de Hans Kelsen, el Estado es inseparable del derecho, al grado de que se identifica con un orden jurídico centralizado que regula la conducta de gobernantes y gobernados. En este sentido, autores mexicanos como Ignacio Burgoa Orihuela destacan que la esencia del Estado de derecho radica en la supremacía constitucional y en el sometimiento del poder público a la norma jurídica.
En el ámbito político, el Estado constituye la forma institucionalizada del poder, aquel que organiza la soberanía popular y la canaliza en un gobierno representativo y responsable. Norberto Bobbio, señala que el Estado moderno es, en esencia, un conjunto de mecanismos que hacen posible la vida democrática, siempre que exista división de poderes, contrapesos y límites al ejercicio de la autoridad. Jorge Carpizo, también resalta que la legitimidad del Estado radica en su capacidad de organizar la democracia de manera efectiva, de modo que los gobernados (población) participen en la toma de decisiones colectivas.
Sin embargo, el Estado, no es solo una abstracción jurídica o política, sino también una realidad social. José Ramón Cossío, enfatiza que el Estado es una construcción histórica que surge para responder a la necesidad de convivencia y cohesión de los grupos humanos. En este plano, el Estado es el garante de la solidaridad y la estabilidad social, pero también el espacio donde se manifiestan los conflictos y desigualdades que exigen ser procesados institucionalmente.
De igual forma, el Estado posee una dimensión cultural. Como lo ha señalado Héctor Fix-Zamudio, entre otros autores, en sociedades plurales como la mexicana, el Estado no puede entenderse al margen de la diversidad lingüística, étnica y simbólica que caracteriza a sus pueblos. Su legitimidad requiere reconocer y proteger esa pluralidad cultural, pues de lo contrario corre el riesgo de imponer un modelo homogéneo que fracture la cohesión social.
Desde una perspectiva de la dimensión humana del Estado, constituye el núcleo de su existencia. Bobbio enfatiza en que el poder político carece de sentido si no se orienta a la protección de los derechos fundamentales y a la realización de la dignidad humana. El Estado se legitima en la medida en que garantiza a cada individuo condiciones de libertad, igualdad y justicia, toda vez que su razón de ser es servir al pueblo y no servirse del pueblo.
En este sentido, el Estado es una organización política, jurídica y soberana que se integra por un pueblo asentado en un territorio y se rige por una Constitución. No solo es un conjunto de normas e instituciones, también es una realidad social y cultural, que articula la convivencia de grupos diversos; y una realidad humana, porque su legitimidad depende de garantizar la dignidad y los derechos fundamentales de las personas. El Estado es el proyecto colectivo donde el poder se organiza, se limita y se orienta hacia el bien común.